Esta es una receta familiar. O más bien, una versión
de la receta de toda la vida de las rosquillas de mi abuela, adaptada a los
tiempos modernos. En primer lugar porque las recetas antiguas casi siempre son
con unas proporciones desorbitadas de sus ingredientes, supongo que porque
antes se tenían muchos hijos, eran familias muy numerosas, y ya que se metía
uno en faena, pues regalaba unas poquitas a la vecina, a la prima
segunda,… y en segundo lugar, por el procedimiento, porque aunque
suelo defender las fórmulas y formas de hacer tradicionales, siempre y cuando su
uso varíe el resultado (por ejemplo, por muy ricas que salgan las fabes en una olla exprés,
no hay color con las hechas al chup-chup) hay otros casos, en los que los
nuevos artilugios obran maravillas y nos facilitan mucho la vida, como en este
caso. Y es que en muchas familias el momento rosquilla era casi un
acontecimiento, se juntaban las mujeres de la familia y pasaban toda una tarde
haciendo las rosquillas, generalmente cada una con su tarea bien definida:
la abuela hace la masa magistral, las nietas las van dando forma, una tía las fríe
mientras otra las va envolviendo en azúcar,…
Pero hoy en día, por desgracia, no tenemos tiempo para
estas cosas y acabamos renunciando a este tipo de recetas de siempre. Yo me he aliado con
las maravillas de la ciencia, para hacer las “rosquillas de mi abuela” en un
pis-pas, ayudada de una amasadora (y no penséis que tengo un superartilugio
tipo Kitchen Aid, que tengo un cacharrillo de 19 € que compré hace años y que
para este tipo de masas es estupendo) y de una rosquillera que recomiendo
encarecidamente y que por el módico precio de 4 € da un servicio estupendo.
Pero bueno, a la receta, que hoy me estoy pasando de
batallitas. En casa nos han gustado mucho y han hecho que nos pongamos un poco
nostálgicos al recordar viejos tiempos.
Espero que a vosotros os gusten también.
Un abrazo.
Ana
Receta de rosquillas de aceite de la abuela.